Cuando te arrebatan todo… menos el alma
Cuando te arrebatan todo… menos el alma
Rubén Gustavo Ayala Williams
Blogspot: Palabras, Solo Palabras
Hubo un tiempo en que mi hogar era más que ladrillos.
Era el espacio sagrado donde creí que el amor echaría raíces para siempre.
Donde mis hijos reían, corrían y me decían “papá” con una dulzura que ahora solo vive en la memoria.
Levanté paredes, sí. Pero también levanté sueños.
Cimenté con esfuerzo, con trabajo silencioso, con noches de desvelo por cuidar, por sostener… por amar.
Pero un día, todo cambió.
La persona con la que compartí años de vida, en lugar de tender un puente, eligió cavar un abismo.
Me quitó mi casa, pero más profundo fue ver cómo me arrancaba a mis hijos con palabras que nunca salieron de mi boca, sembrando en ellos una imagen de mí que no reconozco.
Fui juzgado sin pruebas. Condenado sin ser escuchado.
Y lo más desgarrador: ver cómo quienes nacieron de mi amor me dieron la espalda, guiados por un relato que no construí.
La justicia —esa que prometen ciega y justa— se mostró muda, fría, distante.
Grité mi verdad en pasillos llenos de papeles sellados por indiferencia,
pero nadie oyó al hombre al que le robaron la vida y le dejaron solo una sombra.
Hoy vivo solo. Enfrentando cada día con una discapacidad que limita mis pasos, pero no mi alma.
No tengo ayuda. No tengo compañía. No tengo abrazos de hijos.
Los mismos a los que un día llevé en brazos, los mismos a los que alimenté con el alma, hoy caminan por la vida como si yo nunca hubiera existido.
Y eso… eso duele más que cualquier herida física.
Porque no hay bastón que sostenga el corazón cuando se rompe por abandono.
¿Y saben qué duele más que perder un techo?
Perder la mirada limpia de un hijo.
Esa que antes decía “te amo, papá”
y ahora esquiva, duda, acusa… sin entender por qué.
Aun así, no me quiebro.
Me caí, sí.
Me arrastré por dentro, lloré en silencio,
viví noches infinitas de preguntas sin respuestas.
Pero aquí estoy: de pie.
Porque aunque me hayan quitado todo,
no pudieron tocar mi alma, ni el amor que llevo por dentro.
Sigo siendo padre.
Sigo siendo hombre.
Sigo siendo humano.
Sigo teniendo dignidad.
Y aún con el corazón desgarrado,
sigo creyendo que un día, la verdad abrirá los ojos.
Que mis hijos volverán a mirar más allá de las palabras ajenas.
Que la justicia —la de verdad, la que nace del alma, no del expediente— pondrá las cosas en su lugar.
Mientras tanto, escribo.
Porque mi voz merece ser escuchada, aunque el mundo calle.
Porque el silencio también es una forma de resistencia.
Y cada palabra que dejo aquí es una semilla de memoria, dignidad y amor.
A quienes viven o vivieron lo mismo:
no se rindan.
Aunque estén solos. Aunque los hayan olvidado.
Aunque el cuerpo no responda como antes,
que el alma nunca se rinda.
Nos quitaron mucho… pero no nos quitarán la verdad.
No nos quitarán el derecho a existir. A sentir. A seguir.
Comentarios
Publicar un comentario