¿Cómo culpar al viento por lo que arrasó, si fue ella quien abrió la ventana a la tormenta?

 

¿Cómo culpar al viento por lo que arrasó, si fue ella quien abrió la ventana a la tormenta?

Por Rubén Gustavo Ayala Williams

"Hay tormentas que arrasan sin saber por qué. Y otras, que fueron invitadas a entrar."


Cuando el alma entra en crisis y olvida lo que construyó

Dicen que cada ser humano, tarde o temprano, atraviesa lo que llaman la crisis del águila. Ese momento en que, como esa majestuosa ave, uno siente que las garras ya no atrapan, el pico está desgastado y las plumas pesan.
Entonces surge la necesidad de un renacer: de enfrentarse al doloroso proceso de romper, soltar, mudarse de piel.

Pero no todas las águilas renacen. Algunas solo escapan.
Algunas confunden evolución con traición.
Y abren ventanas que deberían haber quedado cerradas.


La tormenta no golpeó sola

¿Cómo culpar al viento por lo que arrasó, si fue ella quien abrió la ventana a la tormenta?

Así fue. Un día cualquiera, sin previo aviso, ella giró la manija del alma y dejó entrar la tempestad. No como quien busca aire fresco, sino como quien prepara la huida.
Y el viento hizo lo que el viento sabe hacer: arrasó.
Desordenó la historia, voló los retratos, quebró las promesas que aún colgaban de las paredes.

Pero el viento no tiene conciencia.
El viento no tiene intención.
La decisión fue de quien abrió la ventana.


Palabras, solo palabras

Treinta años pueden ser destruidos en treinta segundos.
Con una sola frase:
“Me equivoqué de vida. Me equivoqué de pareja.”

Y así, lo que fue amor, compromiso, crianza compartida, sueños de dos, se convierte en error.
¿Pero fue realmente un error?
¿O una necesidad de reescribirse a costa del otro?

Llamarle verdad a la negación.
Llamarle libertad a la huida.
Llamarle evolución a la destrucción.

Cuando una mujer, en nombre de su nuevo despertar, no solo rompe un vínculo sino que expulsa al otro del hogar, lo despoja de lo suyo, lo culpa de su infelicidad y sepulta todo lo que compartieron... no está sanando.
Está rompiendo.
Y romper sin mirar atrás, sin asumir la propia parte, no es transformación: es ego vestido de espiritualidad.


Y el que queda afuera...

No solo pierde el hogar.
No solo pierde a quien amó.
Pierde la historia que creía haber vivido.

Porque el que ama de verdad no se va sin cerrar bien la puerta.
No deja ruinas.
No convierte la memoria en basura emocional.
No reconstruye su relato convirtiendo al otro en villano para justificar su vuelo.

La verdadera evolución no necesita dinamitar.
Puede terminar. Puede irse. Puede elegir otro rumbo.
Pero no destruye sin piedad. No borra lo que fue real.


Conclusión: La dignidad también vuela... o se arrastra

El alma que huye sin mirar atrás, que miente para evitar el espejo, puede volar…
Pero no lleva alas.
Lleva culpas disfrazadas de libertad.
Y tarde o temprano, el viento se lo cobra.

Porque hay una ley invisible que lo ordena todo:
quien traiciona la historia compartida, termina traicionándose a sí mismo.
Y no hay refugio en el mundo que resista el eco de una conciencia que sabe lo que hizo.


📌 Este texto está protegido por derechos de autor. Toda reproducción total o parcial sin mención del autor queda prohibida.
✍️ Rubén Gustavo Ayala Williams



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