"A pesar de todo… Los amo"
"A pesar de todo… Los amo"
Carta de un padre a sus hijos
Por Rubén Gustavo Ayala Williams
(Todos los derechos reservados)
Mientras duermen —o simplemente mientras la vida los encuentra en algún rincón del mundo—, pienso en ustedes.
Aunque la distancia hoy nos separe, el amor no entiende de ausencias. Y cuando la noche llega, el alma me susurra nombres: Maximiliano, Johanna, Isaías.
El silencio se vuelve aliado del corazón. Y entonces, sin poder evitarlo, me lleno de preguntas, de recuerdos, de sueños que aún no renuncio a soñar.
¡Cuánto los quiero!
Es lo primero que brota desde lo más profundo de mí.
Tal vez no pueda explicarlo bien… quizás cuando ustedes mismos sean padres —y ya algunos lo son— descubran lo inmenso, lo inexplicable, lo incalculable que es este amor.
Un amor que no se apaga con el tiempo ni con la distancia, ni siquiera con el silencio.
Desde que llegaron a mi vida, fui más fuerte… incluso en mi fragilidad.
Y sí: amé más, sufrí más, y también crecí más.
Porque amar es darse, vaciarse, exponerse sin condiciones ni garantías.
Y aún así, elegir seguir amando.
Hoy me pregunto:
¿Son felices?
Es la inquietud más profunda que llevo como padre.
Sé que no soy responsable directo de su felicidad, pero no puedo dejar de pensar en ustedes con ternura, deseando de corazón que encuentren luz, sentido, alegría.
Esa alegría que nace desde adentro, desde lo que uno construye con coraje, con fe, con amor.
A Isaías, mi hijo más pequeño, hace seis años que no lo veo. En poco tiempo cumplirá 14.
Su madre no me permite compartir su vida, y la verdad… no sé cómo luce hoy. Solo puedo imaginarlo.
Y aun así, lo amo con todo mi corazón.
Guardo en mí el recuerdo de sus abrazos, de su voz, de su risa.
Sigo esperando, confiando, orando por él.
A Johanna, que ya es madre, la vi por última vez cuando nació su hija menor. A ella —mi nieta— no la conozco, ni siquiera sé su nombre.
Nos cruzamos a veces por la calle, porque vive a solo unas cuadras de donde hoy habito. Pero ya no me habla.
Sin embargo, mi amor de padre —y ahora también de abuelo— permanece intacto.
Maximiliano, mi hijo mayor, tiene 33 años. Es padre también. Vive —creo— en Barcelona.
Desde que me separé de su madre, no volvimos a tener contacto.
Y aunque me duela, no lo juzgo. Solo rezo por él y lo bendigo, con la esperanza de que algún día podamos reencontrarnos.
Sé que la vida nos ha atravesado con momentos muy difíciles.
Fui excluido judicialmente del hogar familiar, donde aún vive parte de mi familia.
Una decisión que no solo me alejó de mi casa, sino también del calor de mis afectos.
Un lugar del que siento —con humildad y dolor— que nunca debí haber sido apartado.
Pero no escribo esto para reclamar, ni para acusar.
No hay rencor en mis palabras.
Solo hay verdad.
Una verdad que se llora, se acepta… y se transforma en esperanza.
Porque sigo soñando con abrazarlos a todos.
Sigo soñando con volver al hogar.
Sigo creyendo que el amor —cuando es verdadero— resiste las tormentas, atraviesa el tiempo y, tarde o temprano, encuentra el camino de regreso.
Quisiera haber hecho más.
Quisiera haber estado mejor.
Y si alguna vez fallé, desde lo más hondo de mi corazón, les pido perdón.
Gracias por existir.
Gracias por lo que, aunque en silencio, me siguen enseñando.
Gracias por haber sido —y seguir siendo— mi motivo de lucha, mi refugio espiritual, mi más grande amor.
Maximiliano, Johanna, Isaías…
Los amo.
Con todo mi ser.
Para siempre.
Papá.
Rubén Gustavo Ayala Williams
Quilmes, Invierno de 2025
Todos los derechos reservados – Publicado en “Palabras, Solo Palabras”
Comentarios
Publicar un comentario