Un cuento de Navidad sobre la verdad, la ausencia y la esperanza Cuando el amor no se apaga, incluso en la distancia
Un cuento de Navidad sobre la verdad, la ausencia y la esperanza
Cuando el amor no se apaga, incluso en la distancia
La Navidad vuelve a llegar con sus luces encendidas en casas ajenas y sus villancicos sonando a lo lejos. Caminé otra vez por calles iluminadas que no eran mías, viendo mesas preparadas, risas compartidas y abrazos que se anuncian a medianoche. En cada ventana había una historia completa. En la mía, había silencio.
Soy padre. Y esta noche, como tantas otras, no estoy donde debería estar: con mis hijos, su madre y mis nietos. Mi familia.
No fue una decisión. No fue abandono. No fue desamor. Fue una injusticia que no sabe de lágrimas, que no escucha el llanto de un padre excluido y que no se pregunta si un niño extraña, si espera, si pregunta en voz baja por qué papá no viene.
La justicia no vio la mesa. No vio la silla vacía. No escuchó el plato que no se sirve. No entendió que los niños no saben de expedientes ni de resoluciones, pero sí saben de ausencias. Y cuando no se dice la verdad, la ausencia se vuelve herida.
Caminé bajo las luces navideñas con una foto gastada en el bolsillo y una verdad incómoda en el pecho. No me sacaron de una reunión: me arrancaron de la historia cotidiana de mis hijos.
Desde que me excluyeron, no volví a tener una Navidad en familia. Jamás volví a sentarme a una mesa a brindar. Y no fue porque tuviera otras mesas, sino porque esa era mi única mesa. La de siempre. La verdadera.
Esa mesa tenía pavita al horno con alguna ensalada. Tenía el vaso de frutas para el brindis. Tenía turrones, mantecol y cohetes anunciando las doce. Tenía el recuerdo de los seres queridos que ya no están con nosotros. Tenía el Nacimiento como centro y el deseo profundo de corregir nuestros errores desde el corazón y fundirlo todo en un abrazo a la medianoche.
Hoy esa mesa no está. No porque haya desaparecido, sino porque fui excluido de ella.
Desde hace seis años vivo solo. Mis luces de Navidad están apagadas. No las enciendo porque no tienen sentido sin ellos. Solo volverán a encenderse el día que pueda volver a abrazar a mi familia.
¿Y quién es mi familia? Mis hijos, su madre y mis nietos. Sin condiciones. Sin rencores. Sin nombres propios, porque el amor verdadero no necesita señalar, solo incluir.
Aun así, elijo creer. Creer que la Navidad no se rinde ante la injusticia. Creer en el espíritu de Papá Noel, no como fantasía infantil, sino como símbolo profundo: el espíritu que une lo que fue separado, que ablanda corazones endurecidos y recuerda que ningún sistema tiene derecho a romper el vínculo entre un padre y sus hijos.
Ese espíritu no juzga ni firma papeles. No separa ni castiga. Recuerda que el amor no se cancela por decreto ni prescribe por resolución judicial.
Los niños no saben de exclusión, pero sí saben de ausencia.
Y la ausencia, cuando no se explica con verdad, duele el doble.
Los niños saben de Navidad, de Navidad en familia.
Y saben cuando papá no está.
Esta Navidad no trajo milagros visibles, pero trajo una decisión: no mentir, no odiar, no rendirme. Seguir esperando. Seguir amando. Seguir creyendo.
Creo en Dios. Y con este cuento les envío mi bendición. Donde estén, como estén, los bendigo.
Por siempre los voy a amar.
Reflexión final
A los padres excluidos: no están solos, aunque así se sienta. El amor por los hijos no prescribe ni se extingue. Persistir con verdad, paz y dignidad también es una forma de estar presentes.
A los niños que aún no conocen la verdad: sepan que la ausencia no siempre es abandono. A veces es una injusticia que los adultos no supieron —o no quisieron— explicar.
Que el espíritu de esta Navidad vuelva a encender las luces apagadas, reúna las mesas vacías, sane las heridas y devuelva los abrazos que nunca debieron romperse.
Porque la paz comienza cuando se dice la verdad, el amor se sostiene aun en la distancia, y la familia sigue siendo familia, incluso cuando el tiempo intenta separarla.
Ruben Gustavo Ayala Williams
Padre excluido — Autor y Compositor
Palabras, Solo Palabras
Derechos de autor — Ley 11.723



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