Madre, el Orgullo que Destruye
Madre, el Orgullo que Destruye
Cuando el ego se impone por encima del amor, no solo se resquebraja una familia: también se hiere el corazón de un hijo.
El orgullo no protege: destruye.
No salva: lastima.
No ama: separa.
Madre, el orgullo no es fortaleza ni defensa.
A veces se convierte en un arma silenciosa que termina dañando a todos, incluso a quienes decís querer cuidar. Opera sin que lo notes: rompe vínculos, distancia corazones y deja marcas que tardan años en sanar.
El orgullo exige tener siempre la razón, aun cuando la verdad necesita ser escuchada.
El orgullo impide pedir perdón, porque admitir un error parece una derrota.
El orgullo no permite ver el dolor de la otra parte, porque convence de que ese dolor no cuenta.
El orgullo se transmite sin querer, como una sombra que pasa de generación en generación.
El orgullo nubla, confunde, distorsiona.
El orgullo separa familias y, detrás de ellas, hiere a hijos que no eligieron esa ruptura.
Y hay algo aún más difícil de aceptar:
A veces, el orgullo puede influir en cómo se interpretan los hechos, en cómo se narran los conflictos y en cómo se busca amparo en la Justicia. Puede llevar a sostener percepciones o relatos nacidos del miedo, la bronca o la herida. No necesariamente porque exista maldad, sino porque el orgullo convence de que alejar al padre es cuidar al hijo, cuando en verdad ese hijo necesita a ambos para construir su identidad.
Expulsar al padre del hogar no es un triunfo: es una herida que marca a todos.
El orgullo no deja espacio para reconocer errores, porque impone un papel que exige ser infalible.
El orgullo repite versiones hasta que parecen verdades.
Construye muros, borra puentes y contamina la convivencia.
Y en medio de todo, quien más sufre es ese hijo que merece paz y presencia.
Madre, tu hijo no necesita tu orgullo.
Necesita tu amor.
Necesita verdad.
Necesita calma.
Y también necesita a su padre.
Soltá ese orgullo si realmente querés su bienestar. Nunca es tarde para reparar, reconstruir y sanar lo que hoy se está rompiendo sin querer.
El orgullo promete protección, pero entrega soledad.
Promete fuerza, pero deja miedo.
Promete justicia, pero a veces genera nuevas injusticias.
Cuando el orgullo gobierna, nadie gana: pierden los padres, pierden las familias y, sobre todo, pierden los hijos.
La verdadera valentía no está en imponerse, sino en reconocer, sanar y volver a empezar.
Ruben Gustavo Ayala Williams
Padre Excluido – Autor y Compositor
“Palabras, Solo Palabras”
Derechos Ley 11.723 – DNDA



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