Luna de Bernal: Mirando el Atardecer Por Ruben Gustavo Ayala Williams – Padre Excluido

 Luna de Bernal: Mirando el Atardecer

Por Ruben Gustavo Ayala WilliamsPadre Excluido
Autor y Compositor – Derechos Ley 11.723DNDA

A veces, cuando el día empieza a apagarse y el cielo se cubre de un silencio que pesa distinto, uno descubre que mirar el horizonte es también una forma de confesarse. Allí, frente al río de Bernal, la luna comenzó a elevarse despacio, como si no quisiera romper la calma que se había formado entre el agua y el viento. La luz, tenue al principio, fue creciendo hasta transformarse en un círculo perfecto, un faro que parecía hablarle directamente a mi alma.

Porque mirando el horizonte busco la paz que tantas veces me fue negada. Busco la calma que el cuerpo reclama y que el corazón implora. Y mientras observo el brillo que se abre paso sobre la superficie del agua, no puedo evitar soñar con ese día que anhelo desde hace tanto: el día en que pueda volver a abrazar a mis hijos, a mis nietos, a mi familia. Ese día que imagino una y otra vez cuando el cansancio aprieta, cuando el silencio pesa más de lo debido, cuando la ausencia es un puñal que no termina de aflojar.

La luna, en su ascenso, despierta una memoria antigua: la de todas las noches en que, aun sin fuerzas, seguimos creyendo. Esa luz que se quiebra en el río me recuerda que el dolor, aunque duela, no es para siempre; que la distancia, aunque lastime, no borra el amor; que la espera, aunque larga, no es inútil. La luna no apura, no exige, no señala. Solo ilumina. Y su luz alcanza incluso a quienes avanzan a tientas, incluso a quienes cargan historias pesadas, incluso a quienes esperan un regreso que parece demorado.

Hoy, el horizonte de Bernal se cubre de calma, y uno entiende que mirar el atardecer no es solo un acto contemplativo. Es una forma de sanar, de respirar hondo, de encontrar sentido en medio del desorden interno. Es un puente entre lo que uno fue y lo que todavía puede llegar a ser. Es un recordatorio de que, aun cuando el mundo se vuelve áspero, siempre existe un rincón donde el alma puede descansar.

Y mientras la noche avanza, la luna sigue ahí, firme, redonda, completa. Parece decirnos que no hay sombra que no pueda ser atravesada, que no hay herida que no pueda encontrar consuelo, que no hay distancia que pueda apagar un amor verdadero. Uno aprende, con el tiempo, que la vida no siempre responde a los tiempos que deseamos, pero también aprende que lo importante nunca se pierde: solo espera el momento justo para volver.

Reflexión final

Porque jamás es tarde para volver a empezar de nuevo.
Cada amanecer y cada luna naciente llevan escrita la misma promesa silenciosa: la posibilidad de renacer, de recomenzar, de volver a creer. Mi historia, como la de tantos padres excluidos, es una historia abierta, viva, que todavía tiene mucho por decir. La luna de Bernal me lo recordó esta tarde: mientras exista un horizonte, existe un camino; mientras exista un brillo, existe una esperanza; mientras exista un recuerdo, existe un futuro posible.

Y yo sigo aquí, esperando, resistiendo, soñando.
Porque sé que los abrazos que hoy faltan serán el milagro de mañana.
Y porque el corazón, aunque herido, no deja de latir hacia quienes ama.

Ruben Gustavo Ayala Williams
Padre Excluido – Autor y Compositor
Palabras, Solo Palabras – Derechos Ley 11.723 – DNDA


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