La palabra no se encarcela: Cuando escribir es la última forma de libertad
La palabra no se encarcela
Cuando escribir es la última forma de libertad
La justicia podrá quitarme la casa, el vínculo y la presencia,
pero jamás podrá quitarme la palabra.
Me registré en la DNDA y en SADAIC para poder escribir. No como un trámite más, sino como una decisión de vida. Porque hoy escribir es mi única herramienta. Es el único espacio que no pudieron arrebatarme. En mi blog Palabras, Solo Palabras dejo mensajes, poemas y canciones. Ahí hablo. Ahí respiro. Ahí sigo existiendo.
Soy padre excluido. Autor y compositor. Escribo porque creo —todavía creo— que la sociedad puede escuchar cuando alguien habla desde la verdad, incluso desde el margen. Tal vez no todos, tal vez no siempre, pero alguien escucha. Y eso alcanza para no desaparecer.
Con el tiempo entendí que no siempre se trata de una denuncia. A veces el daño nace de un relato. Un relato sostenido por una mentira, por el orgullo y por un ego que reprime el arrepentimiento y niega el reconocimiento del error. Reconocer duele. Ceder poder cuesta. Y hay quienes prefieren destruir antes que asumir.
He visto cómo se puede avanzar sin mirar atrás, aun cuando en el camino se arrasa una familia entera. No importa si un hombre queda en la calle. No importa si es apartado de su hijo, excluido de su hogar, borrado de su propia historia. No importa si duerme mal, si come cuando puede o si debe mendigar para sobrevivir. El relato debe sostenerse, aun a costa de la vida del otro.
También he visto cómo se puede exigir una cuota alimentaria mientras se niega el vínculo. Cómo se puede reclamar responsabilidad económica, pero bloquear toda presencia afectiva. Y lo más doloroso es sentir que ya no importa si ese hombre vive, si duerme, si come o si se quiebra. Como si su humanidad hubiera dejado de contar.
La justicia, cuando no escucha con equilibrio ni investiga con profundidad, deja de ser garante y pasa a ser espectadora. El silencio institucional no siempre es neutralidad. Muchas veces es complicidad pasiva. Callar frente a una exclusión injusta también daña.
No tengo dinero para pagar un abogado. No tengo casa. Vivo en la calle. Como cuando puedo. A veces siento que me quitaron la vida y que camino como un preso sin condena visible. Pero hay algo que no pudieron quitarme: la lapicera, el teclado, la palabra. No pueden impedirme expresar mi verdad.
No escribo desde la violencia. No escribo desde el odio. Escribo desde el dolor y desde el amor. Amo a mis hijos. Amo a su madre. Amo a mis nietos. Y justamente por eso escribo. Porque callar sería traicionarlos. Porque el silencio impuesto también es una forma de violencia.
Jamás quise destruir a nadie. Jamás busqué venganza. Solo quise ser escuchado. Solo quise que la verdad tenga un lugar. Si algún día intentaran prohibirme escribir, obligarme a callar o borrar mi voz, entonces ya no estaríamos hablando de justicia, sino de censura.
La verdad puede ser ignorada, postergada o negada por un tiempo. Pero no se extingue. Mientras tenga palabras, seguiré escribiendo. Porque esta es mi forma de resistir. Mi forma de amar. Mi forma de seguir vivo.
Ruben Gustavo Ayala Williams
Padre excluido – Autor y Compositor
Blog: Palabras, Solo Palabras
Ley 11.723 – Todos los derechos reservados



Comentarios
Publicar un comentario