LA VERDAD QUE NO PUDISTE ENTERRAR - “Pueden quitarme el techo, pero nunca la verdad que llevo escrita en el alma.”

 

LA VERDAD QUE NO PUDISTE ENTERRAR

Cuando la vida te arrebata todo, pero aun así decidís seguir de pie

Hubo un tiempo en que pensé que el hogar era un lugar sagrado. Un refugio construido con trabajo, fe y paciencia, donde cada ladrillo llevaba una parte de mi historia. Allí crecieron nuestros hijos, allí imaginé nuestro futuro, allí dejé lo mejor de mí sin medir esfuerzos.

Pero un día, casi sin que pudiera verlo venir, todo comenzó a desmoronarse.
No fue una tormenta repentina, sino una grieta silenciosa que fue creciendo hasta partirlo todo.

Me quedé sin mi hogar.
Me quedé sin mis hijos.
Me quedé sin mis nietos.

Y lo más doloroso fue descubrir que todo aquello había sido envuelto en relatos ajenos, palabras que no eran las mías, interpretaciones que otros creyeron, historias contadas para despertar compasión y ocultar una verdad que quedó sola, esperando ser escuchada.

El día en que la verdad salió a la luz fue un punto de quiebre en mi vida. Aún puedo ver la escena: la tensión, el miedo, el teléfono estrellándose contra el piso, la sensación de que algo profundo se rompía para siempre. Ese día entendí que la verdad —mi verdad— había dejado de tener lugar en aquella casa.

Después vino una herida aún más grande: uno de nuestros hijos fue apartado del hogar por decir lo que su conciencia no podía seguir callando. Esa expulsión fue el golpe que me mostró que la casa ya no era hogar para ninguno de nosotros.

Luego te fuiste, llevándote a nuestro hijo menor. Y detrás de ese silencio, llegó una denuncia que abrió la puerta para excluirme del lugar que yo había levantado con mis manos.
De un día para otro, quedé afuera de todo: de mi casa, de mi familia, de mi propia historia.

Terminé en la calle.
Sin metáforas.
Dos años de intemperie. Dos años en los que aprendí a resistir con lo mínimo, a sobrevivir sin un techo, sin un abrazo, sin un espacio propio. Dos años en los que tuve que sostenerme con la única fuerza que me quedaba: la del alma.

Pero aun en lo más hondo del dolor, nunca busqué venganza.
No tenía espacio para el odio.
Tenía, sí, un compromiso conmigo mismo: no renunciar a la verdad.

Hoy escribo este capítulo desde un lugar distinto. No desde la caída, sino desde la reconstrucción. Desde esa fuerza silenciosa que nace cuando uno toca el fondo y aun así elige levantarse.
Porque mis hijos, mis nietos, y quienes lean estas páginas merecen saber que yo no abandoné:
me apartaron.
me despojaron.
pero no pudieron quebrarme.

Y comprendí que uno puede perder una casa, pero no su dignidad.
Puede ser empujado a la calle, pero no dejar de ser padre.
Puede ser acusado injustamente, pero jamás perder su verdad.

Hoy recupero mi voz.
Hoy recupero mi historia.
Hoy dejo escrita mi memoria para que nunca vuelva a ser silenciada.


“Pueden quitarme el techo, pero nunca la verdad que llevo escrita en el alma.”

Ruben Gustavo Ayala Williams
Todos los derechos reservados ©
Fragmento de la obra autobiográfica “Palabras, solo palabras”
Artículo en Wikipedia (próxima publicación): https://es.wikipedia.org/wiki/Ruben_Gustavo_Ayala_Williams



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