La madre que se mira a sí misma y no ve a sus hijos - “Palabras, Solo Palabras”

 

La madre que se mira a sí misma y no ve a sus hijos

Cuando el amor se convierte en manipulación y la inocencia del niño es usada como arma, la verdad tarde o temprano encuentra su camino.

“Una madre narcisista no cría hijos: construye espejos para mirarse a sí misma.”



Hay verdades que duelen porque revelan aquello que la sociedad elige ignorar. Cuesta aceptar que una madre pueda usar a sus hijos como piezas dentro de una disputa afectiva, pero, a veces, la realidad supera al mito del “hogar perfecto”.

Una madre narcisista no ama: posee.
No cuida: utiliza.
No protege: controla.

Para una personalidad así, los hijos no son seres con identidad propia, sino piezas emocionales que sostienen su relato, su imagen, su necesidad de aprobación.
Los sobrecarga con responsabilidades que no les pertenecen y los convierte, sin derecho a elegir, en mensajeros de un conflicto que nunca debió alcanzar sus manos pequeñas.

Porque una madre narcisista no forma corazones: fabrica espejos.
Espejos que la aplaudan, que la justifiquen, que la confirmen.
Espejos donde pueda verse como desea ser vista, no como realmente es.

En público encarna a la “protectora”.
La que se victimiza.
La que dramatiza.
La que llora cuando alguien está mirando.

Pero a puertas cerradas es ella quien hiere la sensibilidad del niño, quien distorsiona su percepción de la realidad, quien instala culpas y temores que no le corresponden, y quien siembra un conflicto que marca silenciosamente la infancia.

Y cuando esos hijos crecen —cuando empiezan a pensar por sí mismos, a cuestionar, a necesitar su propio aire— esa fachada se quiebra.
Entonces aparece la distancia, la frialdad, el castigo emocional.

Aquello que llamaba “amor” revela su verdadera forma:
no era amor, sino una forma de control.
Su afecto tenía condiciones.
Su compañía tenía precio.

Mientras tanto, el padre muchas veces guarda silencio.
No porque no sienta, no porque no vea, sino porque sabe que cualquier paso en falso puede alejarlo aún más de sus propios hijos.
Calla para no romper el hilo que aún lo une a ellos.
Calla para proteger lo poco que le queda.

Pero no todo silencio es derrota.
Y no toda manipulación es eterna.

Porque los hijos crecen.
Los hijos observan.
Los hijos comprenden, aun cuando nadie se los explica.

Y un día —sin presiones ni discursos— entienden.
Entienden qué ocurrió.
Entienden quién manipuló.
Entienden quién calló por amor.
Entienden quién utilizó y quién sostuvo.

Ese día, la verdad se enciende como una luz que nadie puede apagar.
Y cuando la conciencia florece, cualquier forma de manipulación pierde su poder.

Porque la verdad, tarde o temprano, siempre encuentra un camino para mostrarse.


REFLEXIÓN FINAL

La verdad puede demorarse.
Puede ser tapada con máscaras, palabras calculadas y lágrimas que interpretan un papel.
Pero la verdad no desaparece.
Permanece.
Y cuando llega el momento justo, ilumina lo que antes estaba oculto y abre un camino que ya nadie puede cerrar.



Ruben Gustavo Ayala Williams - Autor y Compositor
Todos los derechos reservados — Ley 11.723 DNDA
Obra registrada. Texto adaptado para el libro “Palabras, Solo Palabras”




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