La Balanza que Debe Volver al Centro Una reflexión sobre la violencia, la justicia y las voces que aún esperan ser escuchadas
La Balanza que Debe Volver al Centro
Una reflexión sobre la violencia, la justicia y las voces que aún esperan ser escuchadas
“La verdad no tiene dueño, y la justicia no debería tener preferencias.”
La violencia —esa sombra que atraviesa hogares, vínculos y conciencias— no distingue cuerpos, géneros ni edades. Es un acto humano, profundamente humano, capaz de nacer en cualquier persona cuando el dolor, el miedo, la frustración o el deseo de control toman el mando. Por ello, reconocer que la violencia no tiene género no es negar realidades históricas ni sociales, sino aceptar que la complejidad humana supera cualquier molde.
Hay violencias que hieren el cuerpo, otras que desgarran la palabra, y otras tan silenciosas que solo se perciben cuando ya han arrasado por dentro. Insultar, humillar, manipular, mentir, impedir vínculos afectivos, presentar denuncias infundadas, controlar, acosar o agredir: todas estas formas de daño existen en múltiples direcciones, y todas merecen la misma atención y la misma búsqueda de verdad.
Sin embargo, en el entramado social aparecen tensiones que no pueden ignorarse. Mientras la legislación ha avanzado con fuerza para proteger a mujeres —un avance necesario frente a una historia larga de desigualdad y violencia—, existen personas que sienten que cuando la agresión proviene de una mujer, su relato pierde fuerza antes siquiera de haber sido escuchado. Otros expresan que, ante ciertos conflictos familiares, la balanza judicial parece inclinarse automáticamente hacia un lado, dejando a algunos padres en situaciones de indefensión afectiva frente a sus propios hijos.
Estas percepciones no deben enfrentarse con negación, sino con reflexión. No se trata de contradecir los marcos de protección existentes ni de restar gravedad a la violencia que sufren millones de mujeres, sino de recordar que la justicia verdaderamente justa debe ser capaz de mirar caso por caso, persona por persona, sin presunciones automáticas ni favoritismos implícitos.
Porque cuando alguien denuncia violencia —sea hombre, mujer o cualquier otra identidad— lo que busca no es un lugar en una estadística, sino una respuesta humana, responsable y equilibrada.
La justicia no debe defender géneros: debe defender verdades.
Debe proteger a quien está en peligro, acompañar a quien sufre y sancionar a quien daña, sin importar quién sea.
Y, sobre todo, debe escuchar. Escuchar incluso esas voces que a veces quedan al margen del discurso dominante, no para contradecirlo, sino para completarlo.
Reflexión final
Una sociedad madura no es la que elige un único dolor para validar, sino la que comprende que toda violencia merece ser atendida. El desafío está en construir un sistema donde cada relato importe y donde ninguna persona quede desamparada por su género, por su silencio o por la incomodidad de su verdad.
— Palabras, Solo Palabras
Derechos Ley 11.723 — DNDA
Ruben Gustavo Ayala Williams
Autor y Compositor



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