Cuando la verdad es un puente… o un muro La infancia como territorio sagrado - “Palabras, Solo Palabras”
Cuando la verdad es un puente… o un muro
La infancia como territorio sagrado
Artículo editorial - “Palabras, Solo Palabras”
“Apartar a un padre con falsas historias es arrebatarle al hijo el derecho a su propio futuro.”
La verdad es un terreno frágil, pero también una fuerza poderosa. Puede unir o destruir, puede sanar o herir. Y cuando esa verdad se manipula en el nombre de un niño, el daño llega mucho más lejos de lo que cualquiera imagina.
La infancia es un territorio sagrado: un tiempo donde las voces que rodean al niño moldean su identidad, sus certezas y su manera de amar. Sin embargo, cuando ese espacio es intervenido por relatos falsos, decisiones unilaterales o miradas contaminadas por resentimientos adultos, algo esencial se quiebra. No solo se fractura un vínculo: se vulnera el derecho fundamental del niño a conocer su propia historia.
Los hijos no son un trofeo que se exhibe ni un escudo para pelear batallas ajenas. No son propiedad de nadie. Son personas en formación que merecen crecer en un entorno donde la verdad no sea un arma, sino un camino hacia la luz.
Cuando un niño es separado injustificadamente de uno de sus padres, lo que se interrumpe no es solo un lazo biológico o afectivo: se interrumpe su derecho a la memoria, a la identidad y al futuro. Queda atrapado en un relato que no eligió, cargando culpas que no entiende y vacíos que no le corresponden.
Peor aún: cuando instituciones, profesionales o incluso la sociedad avalan sin cuestionar esas narrativas, la herida se profundiza. Una resolución tomada desde la distancia puede marcar toda una vida emocional. Y quienes terminan pagando ese precio no son los adultos enfrentados, sino el niño atrapado en una guerra silenciosa que nunca pidió.
La verdad debería ser un puente hacia la comprensión, no un muro que oculte, divida o castigue. La crianza —aún en escenarios difíciles— debería nacer de la responsabilidad, no del rencor; de la claridad, no de la manipulación; del amor, nunca de la imposición.
Los hijos tienen derecho a crecer con afectos genuinos, a mantener vínculos que desean ser parte de su vida, a conocer todas sus raíces y a decidir desde la libertad, no desde el miedo. Tienen derecho a su verdad, a su historia, a su identidad.
Proteger la verdad no significa defender a uno de los padres: significa defender la vida emocional del hijo. Significa darle la posibilidad de crecer sin sombras ni fantasmas, sin historias inventadas que lo desvíen de sí mismo.
Un niño merece un puente, no un muro.
Merece vínculos reales, no distancias impuestas.
Merece futuro, no una historia escrita desde la mentira.
Elegir la verdad no es una postura.
Es un acto de humanidad.
Y también un acto de amor.
Reflexión — Palabras, Solo Palabras
La verdad siempre encuentra un modo de salir a la luz. Camina lento, a veces cansada, a veces golpeada por quienes prefieren sostener un relato. Pero avanza. Y cuando finalmente se abre camino, ilumina lo que el silencio había ocultado.
Decir la verdad no es tomar partido por un adulto: es honrar el corazón de un niño.
Es darle libertad para ser, para sentir, para construir su propio destino sin paredes levantadas por otros.
En un mundo donde los relatos se cruzan, se mezclan y se distorsionan, elegir la verdad es una responsabilidad ética. Porque las palabras pueden herir… pero también pueden reparar.
Y aquí, en este espacio, elegimos siempre lo que repara.
Palabras, Solo Palabras.
Porque lo que se dice construye caminos,
pero lo que se calla… también escribe destino.
Ruben Gustavo Ayala Williams
Todos los derechos reservados — Ley 11.723
Obra registrada. Texto adaptado para el libro “Palabras, Solo Palabras”



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