Aún creo en el regreso del amor Porque todavía sueño en recuperar lo que amé: mi familia, mis hijos, su madre, mis nietos, mi hogar…
🌅 Aún creo en el regreso del amor
Porque todavía sueño en recuperar lo que amé: mi familia, mis hijos, su madre, mis nietos, mi hogar…
Hay sueños que no mueren. Se apagan por momentos, se esconden detrás de las heridas, pero no se apagan del todo.
Siguen respirando en el silencio de las noches, en el recuerdo de una risa que ya no escucho, en los nombres que pronuncio sin voz pero que mi corazón no olvida.
He caminado bajo la lluvia, con la mirada perdida en los días que no vuelven.
He dormido en lugares donde el frío se mezclaba con la soledad, y aun así, dentro de mí, algo seguía ardiendo:
el amor por esa familia que me excluyó, pero que jamás dejé de amar.
No guardo rencor. El rencor enferma, apaga la luz del alma.
Yo elijo otra cosa: elijo esperar, elijo creer, elijo seguir soñando.
Porque amar no es poseer, es desear el bien incluso desde la distancia.
Y aunque el tiempo haya borrado mis pasos de aquella casa que una vez fue hogar, aún imagino sus puertas abiertas, el perfume de la cocina, las voces mezcladas, el abrazo que todo lo cura.
A veces me pregunto si ellos sabrán cuánto los amo.
Si recordarán los momentos sencillos: una comida compartida, una charla a medianoche, una canción en la radio, una mirada que decía “todo va a estar bien”.
Tal vez no lo sepan. Tal vez sí. Pero lo que sí sé es que mi amor no cambió.
Ni el dolor pudo romperlo, ni la distancia borrarlo, ni la injusticia extinguirlo.
Dios conoce los caminos del corazón mejor que nadie.
Él sabe cuánto esperé, cuánto recé, cuánto lloré en silencio.
Sabe que en cada amanecer le pedí fuerza, no para olvidar, sino para resistir.
Porque aún tengo esperanza en el milagro más grande: volver a reunir lo que la vida separó.
Todavía sueño con volver a mi hogar.
Con escuchar otra vez esas voces, con ver crecer a mis hijos, con conocer la risa de mis nietos, con compartir un mate en la mesa donde alguna vez todo comenzó.
Sueño con la reconciliación, con el perdón, con el reencuentro.
Con esa paz que solo puede nacer cuando el amor vence al orgullo, cuando el pasado se abraza sin reproches, y cuando todos entendemos que, a pesar de los errores, sigue habiendo un nosotros posible.
He aprendido que la vida siempre da una segunda oportunidad,
que no hay corazón tan roto que Dios no pueda reconstruir,
ni historia tan herida que el amor verdadero no pueda sanar.
💫 Reflexión final
No sé cuánto tiempo más pasará.
No sé si el destino volverá a cruzarnos bajo el mismo techo, ni si mis manos volverán a sentir el calor de los abrazos que tanto extraño.
Pero de algo estoy seguro:
prefiero seguir amando en silencio, que rendirme al olvido.
Porque amar, incluso desde la distancia, es seguir creyendo.
Y creer, aun sin garantías, es la forma más pura de la fe.
Quizás la vida me enseñó tarde lo que debía cuidar temprano,
pero también me regaló la sabiduría de entender que nunca es tarde para volver a empezar de nuevo.
Y si un día ellos vuelven,
no encontrarán en mí reproches, ni juicios, ni heridas abiertas…
Solo un corazón esperándolos, como el primer día,
con la misma ternura, con el mismo deseo, con la misma esperanza.
Porque el amor —cuando es verdadero—
no se rinde, no se olvida, no muere.
Solo espera.
✍️ Rubén Gustavo Ayala Williams
Palabras, Solo Palabras
📜 Todos los derechos reservados — Ley 11.723



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