MENTIR ES VIOLENCIA Callar ante este fenómeno también es mentir. Y mentir, nunca lo olvidemos, es violencia.
MENTIR ES VIOLENCIA
La mentira tiene un poder destructor que no siempre reconocemos a simple vista. Mentir es violencia porque arranca lo más sagrado de la vida de una persona: su dignidad, sus vínculos, su reputación, su tiempo. Y el tiempo —como la vida misma— es irrecuperable.
En los últimos años, uno de los fenómenos más alarmantes en nuestra sociedad es el crecimiento de las falsas denuncias de género. Lo que alguna vez fue una lucha justa y necesaria para corregir desigualdades históricas hacia las mujeres, en muchos ámbitos se transformó en un revanchismo que utiliza al sistema judicial como arma de castigo, manipulación o beneficio personal.
El origen y la distorsión
Nadie discute que las mujeres atravesaron siglos de silencio, invisibilidad y desigualdad. El feminismo, en su primera etapa, fue una respuesta legítima que logró conquistas innegables. Pero la última ola ha tomado un camino distinto: de la búsqueda de igualdad pasó al terreno del enfrentamiento, instalando la idea de que cuestionar una denuncia es un acto de violencia en sí mismo.
Así, la palabra de una mujer se volvió incuestionable, mientras que la palabra de un hombre, en muchos casos, perdió validez antes incluso de ser escuchada. El principio constitucional de inocencia quedó relegado, y en su lugar se impuso la presunción de culpabilidad.
La industria de la falsa denuncia
No se trata solo de ideología. Detrás de esta realidad existe un negocio millonario: capacitaciones obligatorias, estructuras estatales sostenidas en nombre de las políticas de género y un entramado judicial que, lejos de desalentar la mentira, termina premiándola por omisión.
La falsa denuncia se convirtió en un recurso habitual. Puede alcanzar a cualquier persona, en cualquier momento, sin importar edad ni condición. Y lo más grave: el castigo para quien miente es prácticamente inexistente.
Vidas destruidas, hijos usados
Las consecuencias son devastadoras. Una acusación infundada destruye no solo a quien la recibe, sino también a toda su familia. Padres separados de sus hijos durante años, vínculos rotos, empleos perdidos, economías familiares devastadas, dignidades arrasadas.
En muchos casos, los hijos son utilizados como rehenes en una guerra que nada tiene que ver con su bienestar. Crecen manipulados, obligados a odiar, repitiendo frases que no entienden. El tiempo, que debería haber sido de amor y crianza, se transforma en tiempo perdido.
Y cuando esos niños crecen, cuando logran tomar distancia de las narrativas que les impusieron, empiezan a contar la verdad. Y esa verdad es brutal: fueron instrumentos de una mentira que destruyó a su propio padre.
La condena social y el tiempo irrecuperable
El proceso es siempre cruelmente similar. Primero llega la denuncia, que de inmediato se viraliza en redes sociales y medios. El acusado, aun sin pruebas en su contra, queda marcado. Luego, aunque la justicia dicte un sobreseimiento, la condena social no retrocede.
Y lo más cruel: nada puede devolver el tiempo perdido. Ni un fallo judicial ni una reparación económica devuelven las horas de crianza, los cumpleaños ausentes, la vida cotidiana arrebatada.
Un drama social invisibilizado
Hablar de esto no es negar la existencia de la violencia real, ni minimizar el dolor de las víctimas auténticas. Al contrario: es defenderlas. Porque cuando todo se llama violencia, nada lo es. Y cuando el sistema se inunda de denuncias falsas, se diluyen los recursos y la atención que deberían estar destinados a quienes verdaderamente lo necesitan.
El problema ya no es individual, es social. Cada falsa denuncia es un golpe al corazón de la justicia y un eslabón más en la cadena de víctimas invisibles.
Conclusión
Mentir no puede seguir siendo un acto sin consecuencias. Mentir destruye, manipula, divide y arrasa. Mentir es violencia, y mientras no se le ponga un límite claro, el tendal de víctimas seguirá creciendo en silencio.
La verdadera igualdad no se construye sobre la mentira ni sobre privilegios disfrazados de justicia. La verdadera igualdad solo se sostiene en la verdad, en el respeto a todos los seres humanos y en la garantía de que la justicia sea realmente justicia.
Callar ante este fenómeno también es mentir. Y mentir, nunca lo olvidemos, es violencia.
📖 Fuente de inspiración: Nadima Pecci, “Violencia es mentir”, publicado en Fuga de Noticias (fragmentos modificados y ampliados).
✍️ Autor: Ruben Gustavo Ayala Williams
📚 Con derechos reservados – Ley 11.723
📖 Blog: Palabras, Solo Palabras



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