La infancia no es un campo de batalla, es un lugar donde el Amor debería ser la única Ley: Rubén Gustavo Ayala Williams “Palabras, Solo Palabras”. Derechos reservados - Ley 11.723

 

La infancia no es un campo de batalla es un lugar donde el Amor debería ser la única Ley

La infancia debería ser un refugio de ternura, no un terreno de disputas. Los niños no nacen para elegir entre padre o madre, sino para recibir el amor de ambos. Cuando los adultos convierten a los hijos en rehenes de sus conflictos, se hiere su corazón y se les arrebata la paz que merecen. Este texto es un llamado a la conciencia, una invitación a recordar que un niño necesita dos raíces para crecer: la madre y el padre.

Todo el mundo habla del amor de una madre. Y es justo que así sea, porque ese amor nutre, abriga y da la vida misma. Pero pocas veces se reconoce el sacrificio de un padre: esas luchas silenciosas, las renuncias que nadie ve, las madrugadas en vela y los días interminables de esfuerzo que también forman parte de la historia de un hijo.

Un niño no nace para cargar banderas ni para ser parte de un conflicto. Nace para ser amado. Para crecer bajo el cobijo de sus dos raíces: padre y madre. Ambos son imprescindibles, ambos complementarios, ambos necesarios para que la infancia no se transforme en un territorio de dolor, sino en un espacio de crecimiento y esperanza.


El derecho de los niños

Cuando la vida de un hijo se ve atravesada por el conflicto de lealtades —esa cruel exigencia de elegir entre mamá o papá—, lo que realmente ocurre es una herida invisible en su corazón. Nadie debería poner a un niño en la encrucijada de sentirse culpable por querer a los dos. Nadie debería obligarlo a cargar con responsabilidades que no le corresponden.

La Convención sobre los Derechos del Niño (ONU, 1989) establece con claridad: “Los Estados Partes respetarán el derecho del niño que esté separado de uno o de ambos padres a mantener relaciones personales y contacto directo con ambos de modo regular, salvo si ello es contrario al interés superior del niño” (art. 9). Es decir, el derecho a estar con padre y madre no es solo un deseo: es una garantía reconocida internacionalmente.

El derecho de los niños es crecer con amor, no con miedo. Con compañía, no con ausencias impuestas. Con la certeza de que pueden abrazar a ambos padres sin que eso signifique traición. La infancia no puede ni debe ser usada como campo de batalla en disputas de adultos.


Las heridas invisibles del conflicto

Privar a un hijo de la presencia de uno de sus progenitores no es un castigo al otro adulto, sino una condena injusta al niño. Porque al hacerlo, pierde la mitad de su identidad, de su historia y de su amor.

La ciencia y la experiencia de miles de familias demuestran que los hijos necesitan ambas figuras. La American Psychological Association (2019) advierte: “Los conflictos prolongados entre los padres y las situaciones en que los niños se ven forzados a elegir entre ellos generan altos niveles de estrés, ansiedad y dificultades en la construcción de vínculos futuros.”

Un hijo necesita la ternura de una madre y la fortaleza de un padre. Necesita saber que ambos existen, que ambos están, aunque la vida los haya puesto en caminos separados. Negarles esa posibilidad es arrebatarles un pedazo de su alma y condicionar su futuro.


Un llamado a la conciencia

Amar a un hijo no significa reclamar su posesión. Amar a un hijo es permitirle volar con las dos alas que la vida le dio: su madre y su padre.

Los niños no necesitan guerras, necesitan paz. No necesitan juicios interminables, necesitan abrazos. No necesitan palabras de enojo, necesitan palabras de amor.

La verdadera grandeza de un adulto no está en ganar un pleito ni en imponer silencios. Está en proteger la inocencia de un niño, en resguardar sus sueños y en permitirle crecer libre de culpas que no le corresponden.

Los hijos son puentes, nunca trincheras. Son vida, nunca armas. Y mientras exista un niño que llore por el vacío de un padre o de una madre ausente por imposición, nuestra sociedad seguirá en deuda con la infancia.


Responsabilidad de la sociedad

No es solo una cuestión de padres y madres. También es una responsabilidad de la sociedad en su conjunto. Escuelas, jueces, profesionales, vecinos y comunidades deben recordar que todo niño tiene derecho a un entorno sano donde crecer.

La UNICEF (Argentina, 2022) señala: “La presencia de ambos progenitores, aun en contextos de separación, es fundamental para el bienestar emocional y el desarrollo integral de los niños.”

Cada vez que una institución calla o mira hacia otro lado, contribuye a perpetuar esa herida invisible que marcará a las próximas generaciones. Una sociedad que le da la espalda a los niños en su derecho a ambos padres, es una sociedad que se niega a sí misma un futuro de paz.


Reflexión final

Los juzgados de familia, demasiadas veces, se convierten en espacios donde el amor de un padre no encuentra eco, donde la voz de un hombre que pide ver a su hijo se pierde entre expedientes, sellos y demoras interminables. Son muchas las puertas que se cierran y muchas las veces en que la justicia, en lugar de proteger los vínculos, los debilita.

Pero a todos esos padres que han sentido la indiferencia de un sistema que los borra como si fueran invisibles, quiero decirles algo: jamás bajen los brazos. Ser padre no termina en una sentencia ni en un fallo. Ser padre es resistir, esperar, insistir y volver a empezar, una y otra vez, hasta recuperar el abrazo que les pertenece.

El amor verdadero no se rinde. Y aunque el camino sea largo, cada paso de lucha es una semilla de esperanza para el reencuentro. Y esa esperanza, tarde o temprano, florece.


📌 Derechos reservados - Ley 11.723
✍️ Texto original de Rubén Gustavo Ayala Williams  “Palabras, Solo Palabras”.
Prohibida su reproducción parcial o total sin autorización expresa del autor.



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