Hijos míos, Johanna, Maximiliano e Isaías, Nunca es tarde para un abrazo

 

🌿 Hijos míos, Johanna, Maximiliano e Isaías, Nunca es tarde para un abrazo

Hay silencios que se instalan como muros en medio de la vida.
Hay palabras no dichas que laten en la garganta, esperando nacer.
Y hay abrazos que, si no se dan a tiempo, se convierten en heridas eternas.

Hoy no escribo desde el reproche, ni desde la nostalgia amarga, sino desde ese rincón del alma donde aún habita lo esencial: el amor.
Este mensaje no es para hablar de mí, ni de lo que nos separó, sino para abrirles los ojos hacia alguien que los espera en silencio: su abuela María.

Ella, mi madre, tiene hoy 76 años. El tiempo le ha robado fuerzas, su salud se va apagando como una vela que tiembla al final de la noche. Y, sin embargo, en medio de su fragilidad, guarda un anhelo que la sostiene: conocer a sus bisnietos, sentir en su piel la ternura de una vida que continúa, abrazar en esos pequeños seres la esperanza de que la familia no se pierde, aunque los caminos se quiebren.

Hijos míos, Johanna, Maximiliano e Isaías: no permitan que el enojo que llevan conmigo se transforme en un peso injusto sobre ella. Su abuela no tuvo parte en nuestras diferencias, ni en los desencuentros que nos alejaron. Ella solo supo dar amor, cuidar, sostener y esperar. Hoy, su única súplica no es para ella, sino para ustedes: un gesto, una visita, un instante en el que la vida vuelva a sonreírle.

Sé que la vida los marcó. Sé que hay heridas abiertas. Pero también sé que el amor siempre encuentra la manera de rehacer lo roto. Más allá de mi historia con su madre Claudia —a quien siempre llevaré en mi corazón y voy amar por siempre—, ustedes tienen la oportunidad de ser puentes y no barreras, de abrir puertas en lugar de cerrarlas, de regalar a su abuela el alivio de sentirse acompañada en esta etapa de su camino.

El tiempo, hijos, es implacable. Lo que no hagamos hoy, mañana puede quedar como una deuda imposible de pagar. Y no hay mayor dolor que mirar atrás y descubrir que un simple abrazo pudo cambiarlo todo.

No permitan que la herencia que quede en la memoria de su abuela sea la ausencia. Háganla sentir que su vida tuvo sentido, que lo que sembró florece todavía en ustedes, que la sangre no divide, sino que une.

Porque la vida es un soplo, y lo que realmente permanece no son las discusiones ni los juicios, sino los abrazos que nos atrevimos a dar.

Nunca es tarde para volver a empezar de nuevo.
Nunca es tarde para un abrazo que cure, que reconcilie, que abra las puertas a un mañana distinto.

Este es mi pedido como hijo, pero sobre todo como padre: que el amor sea más fuerte que el enojo, que el perdón sea más grande que el orgullo, y que ustedes descubran que, en el fondo, siempre es posible sanar. Porque Jamas es Tarde para Volver a Empezar de Nuevo.

Con todo mi amor,
Rubén Gustavo Ayala Williams

Palabras, Solo Palabras



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