El silencio impuesto a los padres Cuando la justicia calla, pero el amor no se rinde

 

El silencio impuesto a los padres

Cuando la justicia calla, pero el amor no se rinde

Despojar a un padre de la custodia de su hijo, no por la verdad ni por la justicia, sino por rencor o venganza, es una de las heridas más crueles que puede infligirse. No solo se condena al padre a la ausencia forzada, también se hiere al niño, que necesita de ambos para construir su identidad.

Despojar a un buen padre de la custodia de su hijo solo por el rencor de una ex–pareja es una de las mayores vilezas humanas.
No se trata únicamente de castigar a un hombre: se hiere la raíz misma de un niño que necesita tanto del padre como de la madre para crecer entero, seguro, amado. Un hijo no es un trofeo que se reparte según los caprichos del resentimiento, ni una moneda de cambio en una guerra donde todos pierden. Un hijo es carne, es espíritu, es futuro, y arrancarlo de los brazos de un padre que lo ama es abrirle una herida que lo acompañará por siempre.

El daño es doble: el padre se convierte en un fantasma obligado a mirar desde lejos, mientras el niño aprende, sin comprenderlo del todo, a vivir con la ausencia de un amor que debería estar presente cada día.
Esa orfandad de padres vivos es quizás la más cruel de todas, porque no nace de la muerte sino de la injusticia. Es una orfandad programada, escrita en papeles fríos de un juzgado que jamás supo del calor de un abrazo ni del llanto contenido de una noche sin respuestas.

¿Y qué puede hacer un padre ante esa realidad, cuando la justicia no lo escucha, cuando cada palabra parece perderse en expedientes que se acumulan en estanterías polvorientas?
Puede hacer lo más difícil y lo más grande: no rendirse.
Puede amar aun cuando le niegan la presencia, resistir aun cuando lo condenan al silencio, permanecer aun cuando lo empujan a desaparecer. Puede escribir cartas que tal vez nunca lleguen, dejar mensajes escondidos en los pliegues del tiempo, conservar fotografías que un día servirán como prueba de que existió un amor que nadie pudo destruir.

La justicia puede cerrarle las puertas, pero no puede impedirle ser padre. Ser padre no se limita a los permisos de un juez: ser padre es seguir latiendo por un hijo aunque nunca lo abrace, es levantar la voz aun en medio del desierto, es sostener la fe de que un día ese hijo preguntará, buscará, y encontrará en su padre no a un extraño, sino al hombre que nunca lo abandonó.

Porque el amor verdadero se reconoce, incluso después de años de distancia. Los hijos, al crecer, descubren la verdad que se quiso ocultarles. Descubren las cartas guardadas, los testimonios, los recuerdos. Y entonces comprenden que la ausencia no fue abandono, sino lucha, resistencia, espera dolorosa.

El padre que no se rinde se convierte en una semilla de esperanza. Aunque hoy sea invisibilizado, mañana será memoria viva en el corazón de su hijo. Y ese reencuentro —tarde o temprano— será inevitable, porque nada ni nadie puede apagar la voz de la sangre ni el eco del amor que persiste.

A los padres que hoy se sienten derrotados, que piensan que todo está perdido, les digo: no permitan que el rencor de otros ni la indiferencia de la justicia definan su destino. El amor de un padre es más fuerte que cualquier sentencia. Y aunque el camino sea largo y doloroso, aunque la vida parezca haberse vuelto injusta, recuerden: cada lágrima, cada lucha, cada silencio soportado, un día tendrá sentido.

Un hijo puede ser apartado de tus brazos, pero jamás de tu corazón. Y ese corazón, fiel y constante, será siempre el faro que lo guíe de regreso a ti.


Reflexión final

El tiempo tiene una manera misteriosa de poner cada cosa en su lugar. Lo que hoy parece perdido, mañana puede renacer. Lo que hoy duele como ausencia, mañana puede transformarse en reencuentro. Ningún muro levantado por la injusticia es eterno, porque el amor, cuando es verdadero, siempre encuentra una grieta por donde volver a entrar.

Que no te engañen los silencios forzados ni las puertas cerradas: la paternidad no se mide por la cercanía física, sino por la fidelidad del corazón. Ser padre en la distancia es un acto de fe, y cada día de espera es una semilla sembrada en la memoria de un hijo.

Un día, cuando las máscaras caigan y la verdad se abra camino, ese hijo sabrá quién estuvo, quién lo amó en silencio y quién jamás se rindió. Y en ese instante, el abrazo tan esperado será más fuerte que todos los años robados.

Porque la justicia humana puede fallar, pero la justicia del amor nunca se equivoca.


✍️ Rubén Gustavo Ayala Williams
Palabras, Solo Palabras

📖 Derechos Ley 11723



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