Aprender a disfrutar el tiempo que me queda, Nunca es tarde para volver a empezar

 

🌿 Aprender a disfrutar el tiempo que me queda

Nunca es tarde para volver a empezar

El pasado que no vuelve

He aprendido, con el paso de los años, que no hay forma de recuperar el tiempo que se perdió. Esa es una verdad dura, pero también liberadora: el pasado no se cambia, no se corrige, no se vuelve a vivir. Es como un espejo que refleja tanto las heridas como los aciertos, pero que no permite retoques.

Durante mucho tiempo intenté luchar contra esa certeza, buscando caminos imposibles hacia lo que ya se había ido. Descubrí, entonces, que cuanto más nos aferramos a lo perdido, más nos alejamos de lo que aún podemos ganar.

El tiempo que se fue dejó su marca. A veces en cicatrices visibles, otras en recuerdos que todavía duelen, y otras en silencios que pesan más que cualquier palabra. Allí quedaron abrazos no dados, palabras no dichas, gestos que nunca llegaron. Nada de eso se puede recuperar, pero sí se puede resignificar: en lugar de ser un ancla, pueden convertirse en un aprendizaje que nos invite a vivir con más consciencia.

Heridas que marcan

Entre las experiencias más difíciles de atravesar está la separación de los afectos esenciales. Hay dolores que no se ven, pero que se sienten en lo profundo del corazón: la distancia de un hijo, la ausencia de un padre en momentos que deberían ser compartidos, o la imposibilidad de estar presente como uno hubiese querido.

Ese vacío no se llena fácilmente, porque toca lo más sagrado de la vida: los vínculos. Y sin embargo, incluso allí, es posible hallar una lección. El amor verdadero nunca desaparece del todo; puede silenciarse, puede quedar relegado, pero permanece vivo en lo más íntimo del ser.

El presente como regalo

Frente a lo que no puedo cambiar, descubrí que la respuesta está en aprender a disfrutar lo que aún tengo.

Disfrutar no significa olvidar el dolor ni negar las ausencias. Significa, más bien, abrir los ojos al presente con gratitud y humildad. Es detenerse a valorar lo sencillo: un amanecer, una palabra amable, un gesto de cariño, el aire fresco en el rostro, un pan compartido.

El disfrute, comprendí, no es un lujo reservado para quienes lo tienen todo. Es un acto de sabiduría: la decisión de vivir cada día como si fuese único, con la conciencia de que lo más pequeño puede contener lo más grande.

La oportunidad de volver a empezar

La vida no se mide por los calendarios ni por los relojes, sino por la intensidad con que vivimos los momentos que realmente cuentan. Y aunque haya perdido tiempo, todavía tengo la posibilidad de escribir páginas nuevas.

Hoy decido que cada palabra que pronuncie sea semilla, que cada paso que dé tenga un sentido, que cada gesto de amor o de bondad deje una huella de paz. No quiero correr detrás de lo que no volverá: quiero caminar hacia adelante, con la certeza de que lo que aún me espera puede ser mejor.

El tiempo que me queda es mi oportunidad de reconciliarme conmigo mismo, con los demás y con la vida. Es la ocasión de demostrar que no se trata de cuánto dure el camino, sino de cómo elegimos recorrerlo.

Un comienzo posible

Aunque no pueda recuperar el tiempo perdido, puedo transformar lo que me queda en una ofrenda: de gratitud, de amor, de fe, de esperanza.

Porque mientras haya aliento, habrá posibilidad. Y mientras haya posibilidad, siempre habrá un motivo para seguir.


Jamás es tarde para volver a empezar de nuevo.

— Rubén Gustavo Ayala Williams
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