En el Abrazo de un Sueño Una carta poética para mis hijos, escrita desde el alma. Poema de Rubén Gustavo Ayala Williams

 

📖 Capítulo Especial

En el Abrazo de un Sueño

Una carta poética para mis hijos, escrita desde el alma

Hay momentos en la vida en que el cuerpo se cansa, pero el amor —ese amor que se tiene por los hijos— nunca se apaga. Este capítulo nace en uno de esos atardeceres donde el alma habla más fuerte que las palabras, donde el recuerdo y la esperanza se entrelazan como manos que nunca se sueltan.

La distancia que me impuso la vida, el sistema, la enfermedad y la injusticia, jamás pudo borrar de mi corazón las voces, las miradas ni las risas de mis hijos. Este escrito no es solo un poema: es una declaración de amor inquebrantable, una promesa hecha palabra, un refugio de fe.


En el Abrazo de un Sueño

Poema de Rubén Gustavo Ayala Williams

En una tarde tranquila,
cuando el sol comienza a rendirse ante la noche
y el cielo enciende sus primeras luces,
pienso en ustedes,
hijos míos,
como quien vuelve una y otra vez
al rincón más sagrado del alma.

Los recuerdo en risas tibias,
en carreras por el patio,
en esas preguntas que nacían como flores
en medio del asombro.
Cada instante vivido con ustedes
es un pequeño altar de ternura que aún me sostiene.

Y aunque la vida —cruel a veces, silenciosa otras—
haya trazado distancias que mis brazos ya no alcanzan,
quiero que sepan esto,
escúchenlo como si el viento se los susurrara al oído:
mi amor no ha sido vencido,
mi amor es una llama que arde
incluso cuando el cuerpo tiembla,
incluso cuando la soledad quiere hablar más fuerte.

Hay días en que la enfermedad me encierra en un cuarto sin ventanas,
pero ahí, en ese encierro,
ustedes son mi libertad.
Son el aire fresco que entra con el recuerdo,
la canción que suena sin motivo y me devuelve la sonrisa.
No importa si no estoy cerca,
mi presencia los envuelve en cada amanecer
y los cuida en cada noche oscura.

A veces, en la profundidad del silencio,
les envío abrazos invisibles,
hechos de luz,
de plegarias,
de todo aquello que no se ve
pero que se siente con el alma.

Esos abrazos viajan entre los sueños,
atraviesan paredes, miedos y distancias,
y llegan hasta ustedes como un refugio,
como un susurro que dice:
"Papá te ama, y siempre va a estar."

Cuando cierren los ojos para orar,
cuando levanten su mirada al cielo,
piensen en mí como en una estrella que no cae,
como en una promesa que no se rompe.
Porque cada oración de ustedes me fortalece,
cada pensamiento suyo es una caricia
que me ayuda a seguir caminando
aunque mis pasos se vuelvan lentos.

Sigan siendo luz.
Sigan siendo vida.
Sigan siendo todo aquello que el mundo necesita.
Y no teman:
yo estoy con ustedes en el vuelo de un ave,
en la brisa que les despeina el alma,
en la flor que se abre sin razón en la vereda,
en cada sueño donde nos volvemos a encontrar.

Anhelo el día del reencuentro,
cuando el tiempo, por fin, nos devuelva lo perdido
y podamos abrazarnos sin reloj, sin límites, sin dolor.
Hasta entonces,
vivamos en el abrazo de este sueño,
donde el amor no se olvida,
y la esperanza no muere.

Porque yo soy su padre,
y ustedes son el milagro que me mantiene en pie.


Reflexión final del autor

Este capítulo no necesita muchas explicaciones. Quienes son padres —y sobre todo quienes han sido separados de sus hijos por causas ajenas a su voluntad— sabrán de qué hablo. Escribí este poema no solo para mis hijos, sino para todo aquel que haya amado con todo el alma sin poder demostrarlo con gestos cotidianos. Porque a veces el amor debe hacerse palabra, verso, oración… hasta que pueda volver a hacerse abrazo.



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