Aunque me hayas defraudado, Ruben Gustavo Ayala Williams Palabras, Solo Palabras - Texto protegido bajo la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual
Aunque me hayas defraudado
Hubo un tiempo en que mi vida se volvió un eco de reproches, un pasillo oscuro donde cada sombra parecía gritar mi fracaso. En esos días, creí que todo lo que había dado, todo lo que había construido, se había perdido en un instante. Me vi derrotado no solo por la traición, sino también por el dedo acusador de quienes, sin conocer mi verdad, se atrevieron a señalarme como si ellos fuesen jueces y yo un reo sin defensa.
Me dolió, profundamente, descubrir que aquel en quien había depositado mi confianza y mis sueños me había defraudado. Fue un golpe que no solo quebró mi fe en el otro, sino también en mí mismo. Dudé de mi valor, de mi fuerza, de mi capacidad de seguir caminando. Sentí que la traición era un espejo que me devolvía una imagen rota, distorsionada, indigna de ser amada. Y en ese reflejo, durante un tiempo, creí perder mi identidad.
La soledad se volvió mi compañera y el silencio mi juez. Caminé entre calles frías, bajo miradas ajenas que me reducían a un error, a una condena, a una historia que no merecía redención. Sin embargo, incluso en la noche más oscura, había una chispa que se negaba a apagarse. Una voz tenue que me recordaba que no estaba solo, que la mano de Dios me sostenía aun cuando yo no lo entendía.
Y entonces, en medio de ese caos, descubrí algo que cambió mi manera de ver la vida: entendí que los fracasos no me definen, que las traiciones no me anulan, que los juicios no me detienen. Aprendí que el amor verdadero no se mide en la ausencia de errores, sino en la capacidad de levantarse una y otra vez, de volver a creer, de volver a construir.
Hoy, aunque las cicatrices sigan marcando mi piel y aunque las voces del pasado intenten recordarme mi dolor, me levanto con la certeza de que nada ni nadie puede arrebatarme la esperanza. Porque aunque me hayas defraudado y aunque hoy muchos me sigan señalando, aquí estoy, entero en mi fragilidad, fuerte en mi fe, dispuesto a dar un paso hacia adelante.
Quiero ir a buscarte. No para reclamar, no para juzgar, no para reabrir heridas, sino para tender un puente que nos devuelva la posibilidad de ser. Porque he comprendido que el perdón no es debilidad, sino el acto más valiente que puede nacer del corazón humano. Perdonar no significa olvidar, sino elegir no vivir atado al dolor.
Y quiero que sepas que, a pesar de todo, sigo creyendo en nosotros, en lo que alguna vez nos unió, en esa esencia que la vida y los errores no han podido borrar del todo. Porque nunca es tarde para volver a empezar de nuevo. Nunca es tarde para reconstruir lo que parecía perdido. Nunca es tarde para sanar, para volver a hablar, para reencontrarnos en la verdad y en el amor.
Lo digo desde lo más profundo de mi ser: las cadenas de la traición no son eternas, las miradas acusadoras no son la última palabra, las cicatrices no son condena. Todo puede transformarse cuando se abre el corazón y se camina de la mano de Dios.
Por eso, aquí estoy. Con mis errores y mis aciertos, con mis derrotas y mis victorias, con mis heridas y mis esperanzas. Aquí estoy para decirte que creo en la posibilidad de un nuevo comienzo. Que todavía hay tiempo. Que todavía hay caminos que podemos recorrer. Que todavía podemos escribir juntos una historia distinta, sin sombras, sin máscaras, sin silencios que hieran.
Y si la vida me ha enseñado algo, es que siempre hay un nuevo amanecer esperando tras la noche más oscura. Solo hace falta creerlo, desearlo y atreverse a dar el primer paso. Yo ya lo di. Ahora, te extiendo mi mano para que, si lo deseas, lo demos juntos.
Porque aunque me hayas defraudado, aunque hoy me sigan señalando, aquí estoy. Y quiero ir a buscarte.
Porque jamás es tarde para volver a empezar de nuevo.
Ruben Gustavo Ayala Williams
Palabras, Solo Palabras
📌 Texto protegido bajo la Ley 11.723 de Propiedad Intelectual (Argentina). Derechos reservados.
Comentarios
Publicar un comentario