SIGO DE PIE Hacete amigo del tiempo… que todo llega
SIGO DE PIE
Hacete amigo del tiempo… que todo llega
Por Rubén Gustavo Ayala Williams
Hubo un tiempo en que lo tenía todo: una familia, un hogar, un sueño que latía fuerte en el pecho.
Y hubo un día en que todo se quebró.
No por casualidad, sino por decisiones, silencios, heridas, traiciones.
Ese día comenzó una nueva etapa de mi vida: la del dolor, la del despojo, la del exilio emocional y físico.
Me tocó ser expulsado de lo que amaba, caminar sin techo, sin certezas, sin abrazos.
Y sin embargo… sigo de pie.
No fue fácil. No lo es.
Caí muchas veces, más de las que recuerdo.
Perdí cosas que no volverán. Gente que no volvió.
Tuve que mirar a la soledad a los ojos y preguntarle si algún día volvería a sonreír.
Y aunque muchas veces el alma gritaba rendida,
algo más fuerte que el dolor me empujaba a seguir.
Tal vez fue el amor por mis hijos. Tal vez fue la fe.
Tal vez fue Dios, que en medio de la tormenta, me seguía hablando… aunque yo no supiera escucharlo.
Aprendí que estar en el fondo no es el final.
Es, muchas veces, el principio.
Porque cuando todo se cae, cuando todo se derrumba,
uno puede, por fin, mirar dentro.
Y allí, en lo más hondo, entre los escombros del pasado,
encontré una semilla: la de mi propia reconstrucción.
Aprendí que no se trata de volver a ser el que uno era.
Sino de renacer siendo otro. Más sabio. Más fuerte. Más verdadero.
Aprendí a caminar con heridas abiertas y a no esconder mis cicatrices.
Porque cada una de ellas es testigo de que, aunque me rompieron, no me vencieron.
El tiempo…
¡Cuánto lo odié!
Sentía que me traicionaba, que me hacía esperar cuando lo único que quería era volver a abrazar a mis hijos, volver a tener una casa con olor a comida, con voces que me dijeran “papá”.
Sentía que llegaba tarde a todo.
Tarde al amor, tarde al futuro, tarde a la esperanza.
Pero un día, el tiempo me habló.
No con palabras, sino con enseñanzas.
Y entendí: no era mi enemigo. Era mi maestro.
Porque mientras yo desesperaba por respuestas,
el tiempo me enseñaba a hacer preguntas más profundas.
Mientras pedía justicia, me enseñaba paciencia.
Mientras quería milagros, me hacía más fuerte, más humano, más real.
No fue magia.
Fue proceso.
Y por eso hoy te digo a vos, que tal vez estás atravesando tu noche más oscura,
que te sentís roto, perdido, invisible o injustamente tratado:
SÍ VAS A SALIR.
SÍ VAS A SANAR.
SÍ VAS A LOGRAR ESO QUE TANTO ANHELÁS.
Pero antes… tenés que creerlo.
Tenés que dejar de pelearte con el tiempo,
y empezar a caminar con él.
Tenés que soltar los “por qué a mí”
y empezar a buscar el “para qué”.
Nadie te puede quitar la dignidad de seguir luchando.
Ni una sentencia. Ni un abandono. Ni una traición.
Y nadie te puede arrebatar tu capacidad de amar, de volver a confiar, de volver a empezar.
Yo sigo de pie.
No porque todo esté resuelto.
No porque haya olvidado.
Sino porque entendí que la vida, a pesar de todo… todavía tiene algo para mí.
Y aún hoy, después de tanto camino recorrido, sigo siendo amigo del tiempo.
Ese tiempo que no siempre llega cuando uno quiere,
pero que nunca deja de avanzar con justicia silenciosa.
Sigo esperando…
Esperando poder volver a abrazar a mis hijos,
a mis nietos,
a esos seres que nacieron del amor y que son parte de mi alma.
Esperando el reencuentro, el perdón, la palabra que cicatrice.
No desde el rencor, sino desde el amor más humano y sincero.
Sigo esperando, también,
que la sociedad escuche a los padres silenciados.
Que entienda que no todos los hombres abandonan,
que algunos fuimos echados, juzgados, olvidados…
sin derecho a defendernos,
sin recursos,
sin micrófonos,
sin abogados.
Y le hablo a esa Justicia,
la que se dice ciega pero a veces ve solo al que tiene más.
La que se olvida que también somos padres,
que también tenemos derecho a amar, a criar, a estar.
Y sí… también sigo esperando que quienes se alejaron reflexionen.
Que vean el daño que hicieron sus decisiones.
Que reconozcan, aunque sea en silencio,
que no todo fue como lo contaron.
Que aún pueden reparar.
Porque nunca es tarde para enmendar.
Nunca es tarde para sanar.
Yo… sigo acá.
Sigo de pie.
Y seguiré esperando.
Porque cuando el amor es verdadero,
no se rinde.
Espera.
Resiste.
Perdona.
Y confía en que algún día, el tiempo —ese viejo maestro—
hará que todo vuelva a su lugar.
Rubén Gustavo Ayala Williams
Poeta, caminante, padre
Blog: Palabras, Solo Palabras
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