Confío en el Dios de los Días Difíciles

 

Confío en el Dios de los Días Difíciles

No sé qué va a pasar mañana, pero he aprendido a confiar.
Con los años y las cicatrices, descubrí que hay promesas que no caducan.
No vienen de la boca de los hombres, sino del corazón de un Dios que camina conmigo.

He conocido el abandono, la injusticia, el dolor de ser expulsado del propio hogar,
el silencio de hijos que crecieron lejos y una soledad que grita en las paredes vacías.
Pero también conocí la fuerza de ponerme de pie una y otra vez,
de seguir luchando por la verdad, por la memoria, por los barrios que otros olvidan.

Fui pastor de causas sin nombre, vecino de la esperanza,
padre que no deja de soñar con abrazos que aún no han vuelto.
Mi voz, rota pero firme, hoy suena en Radio Murmullo,
grita por justicia para Bastián, reclama obras que prometieron y no cumplieron,
y recuerda a un barrio llamado San Ignacio, donde fui más que un nombre.

A mis 55 años, con un blog que guarda mi alma entre letras,
y un corazón que no se resigna, sigo creyendo.
Porque aún cuando todo parece desmoronarse,
Dios cumple su promesa: estar conmigo todos los días de mi vida.

A vos que leés esto, gracias por acompañarme.
Gracias por no mirar para otro lado.
Y si alguna vez sentís que no podés más, recordá esto:
el mañana no lo conozco, pero sé quién lo sostiene.

A veces la vida nos deja a la intemperie. Nos despoja de todo lo que creíamos seguro: el hogar, la familia, la confianza. Nos encontramos a nosotros mismos sentados al borde del abismo, preguntándonos si vale la pena seguir. Y es ahí, en medio de la noche más oscura, cuando se enciende una luz. No siempre viene de afuera; muchas veces arde desde dentro, como un susurro que nos dice: “No estás solo.”

He vivido días donde la traición y la injusticia marcaron mi piel. He sentido el rechazo de aquellos a quienes más amé, y el frío de una casa vacía. Pero también he sentido el abrazo de un Dios que no me soltó ni un solo día. A pesar de mis errores, mis caídas, mis tormentas, Él estuvo. Él está.

Hoy entiendo que no se trata de tener certezas, sino de tener fe. No sé qué pasará mañana, pero sí sé en quién he creído. Y mientras Dios camine conmigo, ningún silencio será definitivo, ningún adiós será eterno, y ninguna pérdida será en vano.

Este camino, aunque quebrado, me ha enseñado a levantar la voz desde la verdad, a escribir desde la herida, a soñar con volver al hogar, no como quien busca justicia, sino como quien ofrece perdón. A reencontrarme con mis hijos, no como el padre que se fue, sino como el hombre que se reconstruyó.

Porque volver a empezar no es retroceder: es elegir vivir con más conciencia, más humildad, más esperanza. Es decidir que mi historia, aunque marcada por el dolor, puede ser una ofrenda para otros.

Y mientras haya aire en mis pulmones y palabras en mi alma, seguiré hablando, escribiendo, amando. Porque el Dios que prometió estar conmigo, no falla. Y mientras Él esté, aún hay vida, aún hay propósito, aún hay milagros por venir.

Rubén Gustavo Ayala Williams
“Palabras, solo palabras”



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