Recuperar lo que es mío
Recuperar lo que es mío
Me dieron por muerto.
No porque mi cuerpo hubiera caído, sino porque mi espíritu —según ellos— ya no se levantaría. Creyeron que el dolor me había quebrado, que la soledad y la injusticia habían terminado de enterrarme en vida. Se convencieron de que mi voz se había apagado, que mi historia se había cerrado, que yo era apenas un eco lejano de lo que alguna vez fui. Mientras yo vagaba entre ruinas interiores, ellos celebraban lo ajeno como propio, usurpaban lo que construí con amor, sudor y entrega, creyéndose herederos de algo que nunca les perteneció.
Pero se equivocaron.
Aquí estoy.
No como un espectro que vuelve desde el abismo, sino como un hombre entero, lúcido, sereno, con la mirada limpia y el corazón encendido. No me quebraron. No me vencieron.
Porque aunque me arrebataron casi todo, jamás pudieron quitarme lo más valioso: la presencia fiel de Dios en mi vida.
Él fue mi refugio cuando el mundo me expulsó.
Él fue mi fuerza cuando mis piernas flaqueaban.
Él me susurró en el silencio que no todo estaba perdido, que aún había un propósito para mí.
Y así comprendí que el verdadero final no es la caída, sino la renuncia al alma.
Y yo —aun desde el polvo, aun sin fuerzas— jamás renuncié a ser quien soy.
Hoy regreso.
No para vengarme, ni para disputar lo que no necesita ser disputado.
Regreso con la frente en alto y el espíritu renovado. Porque lo que es mío, me pertenece: no por decreto ajeno, sino por derecho de vida, por memoria, por lucha. Nadie me lo prestó, nadie me lo regaló: lo construí con lágrimas, con renuncias, con batallas que nadie vio.
Vuelvo a reclamar mi lugar en el mundo,
mi casa, mi nombre, mi historia.
Pero más aún, regreso a tomar de nuevo mi dignidad, mi esencia, mi voz.
No soy una sombra.
Soy un hombre que resurge del fuego.
Soy un padre que no olvida.
Soy un espíritu que se niega a ser silenciado.
Soy testimonio viviente de que el amor, la fe y la verdad no mueren.
Y mientras otros alzaban copas creyendo haber ganado,
Dios ya preparaba mi regreso.
Mientras ellos me borraban,
Dios escribía un nuevo capítulo.
Cuando volví, con el alma desnuda y las manos abiertas, Él no me juzgó, no me reprochó.
Solo me miró con ternura y me dijo:
"Te estaba esperando."
—
Rubén Gustavo Ayala Williams
Blogspot: Palabras, Solo Palabras
Todos los derechos reservados según Ley 11.723 de Propiedad Intelectual



Comentarios
Publicar un comentario