Cuando los hijos se convierten en trofeos

 💔 Cuando los hijos se convierten en trofeos

(Por Rubén Gustavo Ayala Williams — Todos los derechos reservados)

Hay algo más cruel que el abandono: la exclusión forzada.
Y hay un dolor más hondo que el de perder un amor:
el de ser testigo de cómo ese amor usa a tus hijos como armas de guerra.

Después de una separación, el conflicto muchas veces no termina: muta.
Ya no hay discusiones por los horarios, por el dinero, por los celos.
Ahora la batalla se traslada a otro campo…
el de los hijos.

Y en ese campo, algunos convierten a los niños en trofeos:
trofeos de una supuesta victoria emocional,
trofeos del ego herido,
trofeos que brillan en la superficie… pero que sangran por dentro.

No hablo desde la teoría.
Lo digo como padre.
Como hombre que dio todo por su familia,
que trabajó, que aguantó, que amó.
Que a veces se equivocó, sí —porque también somos humanos—
pero que jamás dejó de querer ser padre.

Y sin embargo, un día la Justicia me puso del otro lado de la puerta.
No por maltrato, no por abandono.
Sino por esas denuncias que algunos llaman “estratégicas”
y que, en nombre de la protección, terminan siendo castigos.

¿Y los hijos?
Los hijos crecen sin respuestas.
Los hijos absorben lo que se les dice, lo que se les oculta,
lo que se les inocula en silencio:
el desprecio hacia un padre presente al que se le niega el derecho a amar.

Muchas veces me pregunté:
¿Por qué algunas madres hacen eso?
¿Por qué usan a sus hijos como armas contra quien alguna vez fue su compañero?
¿Por qué los convierten en botín de guerra?
¿Para castigar? ¿Para controlar? ¿Por miedo? ¿Por ego?

Tal vez haya muchas respuestas.
O tal vez no haya ninguna que justifique semejante herida.

Porque cuando una madre aleja a un hijo de su padre por venganza,
no está protegiendo: está dañando.
Y no al padre, no solamente.
Está dañando al hijo.
Está borrándole parte de su historia.
Está sembrando rencores que tardarán años en sanar.

Ser padre no es un premio que se otorga:
es un vínculo que se construye.
Y negar ese vínculo no es justicia: es venganza disfrazada de cuidado.

No estoy solo. Lo sé.
Conozco a muchos hombres que han vivido lo mismo.
Padres que no pueden abrazar a sus hijos.
Padres que los aman en silencio.
Padres que no se rinden, aunque la ley los borre, aunque el sistema no los escuche.
Padres que siguen esperando una llamada, un perdón, un reencuentro.

Este texto no es un reproche.
Es un grito.
Es un llamado a la conciencia.
Es una mano extendida a todos esos hijos que tal vez un día se pregunten:
"¿Dónde estaba mi papá?"

Y puedan escuchar esta respuesta:
“Siempre estuve.
Aunque me cerraran la puerta.
Aunque me arrancaran del calendario.
Aunque me juzgaran sin escucharme.
Siempre estuve.
Esperando, amando, resistiendo.
Porque un padre de verdad no abandona: lo abandonan.”


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Publicado en el blog
 Palabras, Solo Palabras
✍️ Rubén Gustavo Ayala Williams
🕊️ Jamás es tarde para volver a empezar de nuevo





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