Cuando arreglas a la familia, arreglas el mundo

 

Cuando arreglas a la familia, arreglas el mundo

Un niño de siete años entró al escritorio de su padre con una inocente sonrisa en el rostro y le dijo que quería ayudarlo. Pero su padre, agobiado por el trabajo, con la cabeza entre papeles y responsabilidades, le contestó sin mucha delicadeza:

— Anda a jugar a otro lado, no me molestes.

El niño no se movió. Seguía allí, esperando. Entonces el padre pensó que si lograba mantenerlo ocupado, podría seguir concentrado en sus cosas. Tomó una vieja revista, arrancó una página que contenía el mapa del mundo y, con una tijera, la recortó en muchos pedacitos. Le entregó los trozos junto a una cinta adhesiva y le dijo:

— Como te gustan los rompecabezas, te doy el mundo para que lo repares sin mi ayuda.

Seguro estaba que a su edad el niño tardaría días, tal vez semanas en completar semejante tarea. Confiado, se sumergió otra vez en su trabajo.

Pero para su asombro, a las pocas horas escuchó una vocecita que decía con alegría:

— ¡Papá, papá, ya lo terminé!

El padre, incrédulo y un poco sorprendido, levantó la cabeza. Allí estaba el mapa perfectamente armado, con todos los continentes y los mares en su lugar.

— ¿Cómo es posible que hayas hecho esto tan rápido? Tú nunca viste un mapa del mundo —le preguntó.

— Papá, es que cuando arrancaste la hoja de la revista para dármela, vi que del otro lado estaba el dibujo de una familia. Como yo sé bien cómo es una familia, di vuelta los pedacitos y comencé a armarla. Cuando terminé de armar a la familia, el mundo se armó solo.


Reflexión

A veces creemos que los problemas del mundo son demasiado grandes, que todo es caos y que nosotros, como individuos, poco podemos hacer para cambiarlos. Sin embargo, este relato nos deja una enseñanza sencilla y poderosa:

Cuando arreglamos a la familia, también ayudamos a arreglar el mundo.

La familia es la primera escuela donde aprendemos a amar, a comprender, a escuchar y a perdonar. Es el lugar donde se forjan los valores que luego llevamos a la sociedad. Un hogar lleno de afecto, respeto y solidaridad es una semilla que inevitablemente germinará fuera de sus cuatro paredes.

Los cambios más profundos no empiezan en los discursos grandilocuentes, en las decisiones globales o en los titulares de los diarios, sino en las relaciones cotidianas que construimos cada día.

Arreglar el mundo es una tarea que nos queda grande a muchos. Pero cuando comenzamos por lo cercano —nosotros mismos, nuestro hogar, los que amamos—, descubrimos que no solo es posible, sino que es el mejor punto de partida.

Hoy es un buen momento para preguntarnos: ¿Qué puedo hacer para que mi familia sea un lugar más unido, más amable, más humano?
Si cuidamos aquello que tenemos más cerca, tal vez el mundo entero comience a parecerse a ese mapa que el niño, con ternura y sabiduría, nos enseñó a recomponer.


“Cuando arreglé a mi familia, se arregló el mundo.”
Esta es la gran lección que nos deja esta sencilla historia para llevarnos en el corazón.

© 2025 Gustavo Williams – Todos los derechos reservados.
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