Alguna vez Dios escuchó tus oraciones?
¿Alguna vez Dios escuchó tus oraciones?
A vos te hablo.
A vos que más de una vez levantaste la vista al cielo, esperando que una señal cayera como lluvia en medio de tus días más oscuros.
A vos que oraste en silencio, entre lágrimas, deseando que Dios pudiera leer el temblor de tu alma, aquello que ni vos sabías cómo poner en palabras.
¿Alguna vez te preguntaste si Él realmente escucha?
Yo también.
Recuerdo una noche en particular.
Estaba solo, entre la penumbra del cuarto y el peso inmenso del silencio.
Había sido un día duro, de esos que te rompen por dentro y dejan la fe colgando de un hilo.
Me arrodillé y, con la voz quebrada, pregunté:
—¿Me estás oyendo, Dios? ¿Ves por lo que estoy pasando?
No hubo truenos. No se abrió el cielo. Ningún ángel bajó a consolarme.
Pero con el paso de las horas, comprendí algo que marcó mi vida:
Dios escucha. Pero responde a su manera.
“Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor.”
— Salmos 34:15 (RVR1960)
A veces responde con la luz tibia del sol que entra por la ventana.
Otras veces, con una palabra justa en el momento exacto.
Con un abrazo que llega sin aviso.
Con la fuerza que te sostiene cuando ya no podés más.
No siempre como esperamos.
Pero siempre como lo necesitamos.
Porque Dios responde desde su sabiduría y su amor eterno.
Y sin embargo…
Hoy me atrevo a ir un poco más allá.
Porque no se trata solo de si Él escucha.
También es momento de preguntarnos nosotros:
¿Realmente somos sus hijos?
¿Vivimos como tales?
¿O solo lo decimos con los labios mientras nuestro corazón está lejos?
Muchos oran. Muchos cantan. Muchos alaban.
Van a misa, a la iglesia, hacen peregrinaciones, se bautizan, predican...
Y está bien. Pero luego, afuera, maltratan, desprecian, rechazan, traicionan.
Juzgan sin misericordia. Condenan con facilidad.
Y hasta son capaces de dejar a alguien en la calle sin compasión.
¿Eso es vivir el Evangelio?
¿Eso es ser cristiano?
¿Eso es ser hijo de Dios?
“Así que, por sus frutos los conoceréis.”
— Mateo 7:20 (RVR1960)
El verdadero cristiano no se mide por cuántas veces ora en voz alta,
sino por cuántas veces eligió el perdón, el respeto, la humildad.
No por cuánto canta en el templo,
sino por cuánto amor siembra en su casa, en su barrio, en su entorno.
¿De qué sirve arrodillarse en el altar si después pasás por encima de tu hermano?
¿De qué sirve levantar las manos si no podés extenderlas para ayudar?
¿De qué sirve clamar a Dios si no sos capaz de perdonar como Él perdona?
“Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad.”
— 1 Juan 1:9 (RVR1960)
“Sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos como Dios también os perdonó.”
— Efesios 4:32 (RVR1960)
No se trata de religiosidad.
Se trata de transformación.
De vivir lo que se predica.
De llevar el Evangelio a la vida cotidiana.
En la forma de tratar al otro.
En cómo respondés al que te hiere.
En cómo actuás cuando nadie te ve.
Una vez vi a una persona arrodillada orando.
No pregunté por qué lo hacía.
Después compartimos buenos momentos. Hoy estamos lejos.
Esa imagen quedó grabada en mí.
Porque entendí que una oración puede ser sincera…
pero si no transforma tu vida, se queda a mitad de camino.
No es tarde para cambiar.
No es tarde para volver a Dios con sinceridad.
No es tarde para perdonar, para pedir perdón… y para volver a empezar.
Porque jamás es tarde para Volver a Empezar de Nuevo.
Y tal vez… este mensaje sea para vos.
O tal vez para alguien que conozcas.
Pero si tocó tu corazón, no lo ignores.
Reflexioná.
Llorá si hace falta.
Y volvé a empezar. Con fe. Con humildad. Con verdad.
Palabras, Solo Palabras
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